En mi capítulo favorito del Modern Love, Cuando Cupido es una periodista curiosa, uno de los personajes dice algo muy bonito y muy de verdad (lo que lo hace más bonito aún).
Anoche o más bien esta mañana, volvía a casa pensando en esa frase con un salvoconducto en la mano:
El amanecer es para amantes y panaderos.
Yo ayer panadera. Estuve amasando pan hasta tarde y al volver a casa, me acordé y me autoclasifiqué. Y esta vez lo hice sola, pero en anteriores capítulos, tuve a mis propios taxistas curiosos para preguntarme que qué hacía por ahí a esas horas ahora que la madrugada está prohibida.
En una de esas vueltas a casa, un taxista me preguntó que si salía de misa. Que qué iglesia abre a estas horas me preguntaba. Yo le dije que la de San Publicito, que no tiene horarios y yo soy muy devota.
Y en otra ocasión, otro taxista curioso me dijo que ya había ido varias veces a esas horas por allí a recogernos. Que si éramos un grupo de música. Tenía que haberle dicho que sí, que claro, y que mañana podía escucharnos por la radio. Y no le hubiese mentido del todo porque después de una canción va una cuña publicitaria.
A esas horas, seas quién seas, todo parece más interesante y las horas parecen más tuyas que de nadie. Es como si tú y los que te acompañan le estuvierais ganando la batalla al día con lo que sea que hagáis solo por haber decidido hacerlo. Porque de madrugada solo se hacen cosas que te alimentan durante el dia. El amor, el pan, la música o una misa de no sabría decirte qué tipo de religión. Y aunque sea menos romántico, también se hace el trabajo. Que te alimenta a su forma y también en su forma literal.
Anoche, pese a ser la panadera, me imaginé las calles vacías llenas de amantes y gente que en unas horas tendrá resaca. Y quise ser todos ellos.
Feliz fin de semana.
De verdad, qué ganas de tener resaca