La gente que hace teatro, o musicales, o monólogos, o conciertos, gente que ejecuta algo en directo, una pieza de algún tipo de obta que es vista por un público que debe callar, o reír, o aplaudir, o participar, o justo no participar nada, agradece que el público sea bueno.
Un buen público anima si tiene que hacerlo, ríe si reír es un buen feedback para el que tiene que hacer reír, o demuestra emoción con silencio si lo que estás viendo te está emocionando. Un cantante que deja de cantar y pone el micro en la boca de todo el aforo que forma el público, espera que el aforo, ojalá lleno, grite su canción porque se la sabe. Ese sería un buen público para ellos, que son personas que delante de ti, a la vez que tú estás en una butaca o en una pista, ellos están haciendo algo por lo que esperan una reacción tuya, la que sea.
El cine podría ser la única de estas representaciones en la que el público “importa menos”. No hay una persona con su piel y sus ojos haciendo algo para ti en directo, hace meses o años que grabó escenas que ahora están recopiladas en una cinta que alguien pone en una sala y muchos ojos la miran. Así pensado, el cine parece pasivo, pero las últimas veces que he ido he visto lo importante que es que la sesión a la que tú has ido tenga un buen público. En ese momento, ningún actor, director, guionista, técnico de sonido, etc, necesitará que lo sea, pero tú, como parte de ese público, sí.
Si el público es bueno, nunca irás solo al cine.
Las últimas veces que he ido, con Marhu, con Marta, con Prima (a mi prima le llamo Prima, con la inicial en mayúscula, porque como le escribí un día, después de un plan salvavidas que me hizo, hace mucho que su nombre propio dejó de ser Isabel para ser Prima), esas últimas veces de cine, en realidad íbamos con más gente. Aunque las entradas fueran fila 10 butacas 6 y 8, o fila 2 butacas 12,13,14, te sientas y te sientes acompañado por el resto.
Cuando vimos La Sustancia, teníamos localizado al señor de delante en el lateral opuesto al nuestro. Ese señor vino muy bien a esa película, y no al revés, era parte del visionado los comentarios que hacía. “Si anda, lo que faltaba” Humanizaba lo surrealista y distópico de la película. Decían de esa película que la gente se salía del cine por lo gore que era a veces, lo explícita. No pasó en nuestra sesión. La gente que estaba, estaba mucho y todos juntos estábamos viendo la película, Marhu y yo fuimos con todos los de la sala a verla.
Lo mismo pasó con las demás sesiones de las demás películas. En Parthenope había un respeto común que empezaba por nosotros dos y que se extendía al resto. El silencio, o una lagrimita que no se oye, o una risa muy elegante, porque si Sorrentino te hace reír es de esa forma. Como yo conectaba en esa película era pensando en lo que estaría pensando él, dándome cuenta de lo que estaba pensando yo, y sintiéndonos cerca de la gente de otras butacas que como nosotros, no se levantó de su sitio ni medió palabra hasta que acabaron de salir letras en la pantalla. También sentían, pensaban.
El viernes por San Valentín se estrenaba la última de Bridget Jones, así que explotamos el cliché de chicas y comedias románticas el día que mejor quedaba todo eso junto. No solo lo hicimos nosotras tres, una sala llena (llena 100% porque los únicos asientos que quedaban en segunda fila de cine grande nos obligaban a ver la peli casi en el suelo para que los ojos abarcaran lo grande de la pantalla con lo pequeño de nuestros ojitos). A nuestra derecha y justo detrás, dos personajes superaban a los de la pantalla, y podíamos reírnos de tres historias, la que teníamos delante y la que teníamos a derecha y espaldas. Al acabar la película dijimos que qué guay el público. Luego ya hablamos de la peli.
He tenido suerte con las últimas películas a las que he ido, qué buen público me ha tocado, sobre todo (muy sobre todo) los que se sentaban a mi lado.
El cine. Èra Già Tutto Previsto. Parthénope. Sorrentino. No salimos vivos de esa escena.