Odio decir “ánimo”. No que odie dar ánimos, sino decirlo. Verbalizar ese ánimo. Y cuando me lo dicen, aunque sé que es con toda la buena intención, también lo odio. Después de un ánimo me apetece sentarme a mirar al gotelé con los brazos blandos, caídos a los lados.
“Ánimo tú”, contesto mentalmente. Como si me hubieran llamado tonta en la fila del cole y agredirle con el mismo insulto fuera a dejarle un puñetazo en el alma. Pero en lugar de eso, sonrío. Porque ante todo una es educada. Luego ya por aquí, que se me oye menos, puedo ser un poco más faltosa.
Por eso, para no caer en el consuelo barato y sin actitud, relleno los huecos que ha dejado el ánimo en las frases y la cambio por otra palabra mucho mejor. Fuerza.
Un “fuerza” no compadece. Y eso, cuando no quieres la compasión facilona, se agradece. Un fuerza da energía. Con un fuerza se empatiza, no sé si más, pero sí mejor.
Cuando alguien dice que bueno, que ánimo, siento que te dejan en la barca sin los remos. Pero con un fuerza remas con las manos si hace falta. Porque para llegar al otro lado del lago solo hace falta fuerza. No conozco a nadie que haya conseguido hacer grandes cosas a base de ánimos.
El otro día empecé a ver otra vez Downton Abbey. La primera vez no nos fue bien. No era nuestro momento. No estaba preparada. Todo lo que hacía era mirar los vestidos. Los vestidos y los pijamas. Ay los pijamas. No sabía si quedarme con las gasas y azabaches de los trajes o con el algodón y los bordados de los camisones. Pero ya está. Eso era con todo lo que me quedaba. Y ahora, que nos hemos vuelto a encontrar, estamos en una dulce y tranquila segunda temporada. Nos va bien, son ratos felices. Acogedores, que me gusta a mí decir.
Fue el finde pasado, en uno de esos ratos sencillamente perfectos, que pasó lo que no tenía que pasar. Ya en pijama y con un chocolate caliente de mamá (porque mi sobrino me había dado envidia, todo sea dicho). Todo bien. En calma. Último capítulo de la primera temporada de Downton. Una escena importante. Un diálogo breve pero preciso. Bonito, sin ornamentaciones más allá de las propias del siglo XX. Y pasó esto:
—¿Se encuentra bien, Milady? —Pregunta el mayordomo.
—Por supuesto. Ya me conoce Carson. Mi tristeza es pasajera —Responde Lady Mary llorando.
—Sé que posee espíritu Milady, y eso es lo que cuenta. Es lo único que cuenta. (Pausa breve). Ánimo —Le dice Carson.
¡Jolín! Pero qué necesidad.
Estoy segura de que si Carson hubiera terminado con una palabra diferente, la escena no hubiera terminado ahí. Que Lady Mary hubiera corrido campo a través y se hubiera cruzado todo Downton ágil y rápida como una gacela si Carson le hubiera dado fuerzas en vez de ánimos. Después de un fuerza, me imagino a Lady Mary derribando a faldonadas las bandejas de pastas y té para llegar a su objetivo. Pero claro, le dijo que ánimo. Qué podíamos esperar.
Sin ser yo tan sabia como el gran Carson, creo que al final, los ánimos vienen y van, son pasajeros. Como la tristeza de Lady Mary. Como todas las tristezas.
Pero la fuerza no. La fuerza es actitud. Y con actitud uno llega al otro lado del lago sin remos si hace falta. Y si me apuras, sin ánimos de cruzarlo.
Aunque una taza de chocolate caliente también ayuda.
—Fuerza, Lady Mary —Quiso decir el mayordomo.
Feliz fin de semana.
Espero tu publicación todos los sábados como agua de mayo y la de hoy, no te imaginas como me viene de bien. Voy a empezar el sábado con fuerza!!! Vamos!!!