De toda la gente que habrá ahora mismo preparando la bolsa para la playa, o para la piscina, toda o casi toda se dará un chapuzón. Pero nadie se dará el mismo chapuzón.
Todos irán al agua, pero el agua no suena igual cuando corres hacia dentro del mar, que cuando vas poquito a poco mirando hacia atrás para ver si la amiga que va contigo sigue caminando o ha dicho tantos “ay ay ay qué fría qué fría” que se ha vuelto a la toalla.
Tampoco suena igual cuando te tiras a la piscina en vez de al mar, ni suena igual el primer chapuzón que el último del verano. El primero será con más energía y el último con menos, porque te lo das pensando en que ojalá fuera el primero. El primero es enérgico, es en bomba muchas veces. El último es lento, no te tiras, te metes. Si es a la piscina suena más como si fuera un charco abundante, si es en la playa por el día, suena a una lucha de tus pies contra las olas. Y si es en la playa por la noche, suena más como caminar dentro de un río, sin ser el mar un río.
Si eres un niño, el agua no para de sonar. Si eres más adulto, buscas el rato de no moverte para escuchar cómo suena el agua sin que nadie la moleste. Sin chapuzones. No solo haces el muerto tú, el agua también se lo hace para estar un rato en calma, las dos flotando.
Y luego ya, si el chapuzón te lo quieres dar en Madrid, suena a asfalto, así que mejor no tirarse.
Es verdad que se piensa mucho en el mar cuando estás lejos.
Felices chapuzones.
Ay los chapuzones, te echamos de menos