Fulanito y Menganita
Si tuviera que elegir un único tema de conversación sobre el que hablar toda la vida, serían los pueblos. Así en general, con todo lo que dan de sí. La gente, la comida, lo que puedes ver y lo que no, lo que puedes hacer y lo que (por tu bien) no, las verbenas, las fiestas, las plazas, la ropa que en la ciudad sí pero en el pueblo no y al revés, la familia que tienes allí, la que ya no tienes allí, las señoras con ese medio babi medio bata sentadas en sus sillas plegables tomando la fresca, los nombres de las calles, tus amigos del pueblo, y tus amigos de la ciudad que llevas al pueblo, que de repente son más forasteros que tú, que aunque lleves toda la vida yendo al pueblo no has nacido allí así que sorry pero no eres del pueblo. Todito lo que tenga que ver con un pueblo, me encanta. Y si hay algo en la ciudad que se le pueda parecer en algo al pueblo, es una urba. Urbanización, pero urba.
La fluidez del chisme en una urba, no es tan impresionante como en el pueblo, pero es comparable. Mis tíos y mis primos siempre han pasado los meses de verano en su apartamento, que está en una urba. Enfrente de la playa. Por lo que mis visitas son frecuentes cuando no estoy en el pueblo, claro.
Un día o una tarde en la urba dan para mucho. O para nada, que ya es mucho hoy en día. Allí puedes estar sentado o tumbado en el césped mirando el cursillo de natación de los niños sin hacer nada más, que está bien. No eres vago, estás en la urba.
Una de estas tardes, bajé con mis tíos a la piscina. Sillas plegables en mano, cesto con todo lo necesario e imprescindible que a veces se queda ahí de un año para otro, sus Coca-Colas, mi agua, las gafas de sol no porque siempre se me olvidan, etc. Entramos y ya estaba todo su grupo de amigos/vecinos en corro. El equivalente a las señoras tomando la fresca.
El tema de esa tarde ya llevaba días estirándose, estaba dando de sí. Una “niña” había salido el viernes con sus amigos y se conoce, como dice mi tía, que se le había ido de las manos y llegó a la urba como recién salida del Saltamontes o del Gusano Loco, bastante mareada. No voy a dar nombres porque no lo sé y además no procede, así que la llamaremos Menganita. El nombre comúnmente conocido que se le pone a la protagonista de una historieta. Y si fuera chico, Fulanito. Pero en esta ocasión, es Menganita.
Una de las mujeres del corro, contaba con los ojos muy abiertos y la atención del todo el grupo, que sus hijos y los amigos de sus hijos aseguraban estar todos bien. Pero la pobre niña, claro, llevaba días sin aparecer por la piscina (la plaza del pueblo). Le dará vergüenza a la pobre, decían. Claro, coreaban los demás.
En una de esas idas y venidas sobre la juerga de Menganita que todos tenían que comentar, se unió al grupo otra comentarista. A la nueva incorporación no le hacía falta saber de qué se estaba hablando, se sabía de sobra. Le hicieron hueco, abrió su silla con un único y ligero movimiento y dijo: A que no sabéis con quien acabo de bajar en el ascensor. Nadie respondió, solo miraban.
Con Menganita, dijo. Y claro, le he preguntado que cómo estaba. ¿Y qué te ha dicho la niña?, preguntó otro, con la mano en el pecho. “¡Muy bien! ¿Y tú?”
Todos se miraron, se rieron, y no se volvió a hablar del tema.
Feliz fin de semana.