He tenido que preguntar dos veces a mi madre por cosas de mi vida.
Cuando me agobié mucho mientras me duchaba por no saber qué edad tenía. Salí sin aclararme el pelo, le pregunté, y me dijo que 23. Ahora tengo 28 y a veces me tienta escribirle un Whatsapp para preguntarle si de verdad ella me confirma que tengo mi edad o si, como el día de la ducha, sigo pensando que tengo 21.
Cuando le pregunté si de pequeña era una niña alegre.
De mi infancia no recuerdo mucho.
¿Tengo buena memoria ahora porque mi cabeza ha hecho hueco quitándose los años del principio?
No sé, pero de mi infancia solo recuerdo imágenes: las profesoras que me daban miedo, sus caras, pero sobre todo el color de su pelo. Las monjas que me daban ternura, los callos en las manos de subirme a las barras de los columpios del colegio, las braguitas de las Bratz que nunca tuve porque mi madre no me dejaba, tampoco mi tía dejaba a mi prima, es algo que se ha hablado en la familia. Las veces que no hice el pino porque se verían las braguitas blancas de puntilla y no las de las Bratz, como las que llevaban las otras niñas. Los pendientes de perlas de plástico de colores que llevábamos en primaria, la Barbie Bella Durmiente que me llevé el primer día de cole después de Reyes a clase, y que Eva, la profe, me obligó a dejar a otra niña. También me obligó a jugar a otra cosa. A ver dónde veía ella la diversión en obligarme a jugar a lo que ella quisiera.
Recuerdo los lazos grandes en el pelo, y el día de La Paz, porque siempre tocaba el lazo blanco para ir al cole.
Mis zapatos tenían que hacer “clas clas” al caminar. Como si al chocar mis pies contra el asfalto, hiciera claqué sin bailar. Si era suela de goma no iba a gusto.
Recuerdo los Chupa Chups con silbato que nos traía mi padre a mis hermanas y a mí después de trabajar, cuando ya era de noche. Recuerdo la entrada de la casa, el cielo azul marino y los Chupa Chups azul turquesa. Se llamaban Melody Pops, y sonaban cuando los chupabas, como un silbato. Recuerdo la chaqueta acolchada de mi padre, granate y azul marino, colgada en el sillón de la entrada. Me gustaba verla ahí porque significaba que él también estaba ya en casa.
Recuerdo los moretones en las rodillas cuando me tiraba al suelo de mármol del portal para recibir a mi madre. Ella me decía que por favor dejara de tirarme al suelo de rodillas para recibirla, que sabía que la quería aunque no hiciera eso, pero mi abuela nunca me impedía hacerlo. El ascensor se abría justo en frente de la puerta de mi casa, así que yo me escondía a un lado, subida a unas escaleras, para saltar desde y sorprenderla cayendo de rodillas. Hacía cosas raras.
Recuerdo los caramelos que me daban mis tías cuando iba a misa con ellas, el banco en el que se ponían siempre, el Bitter Kas del aperitivo de después que se pedían ellas, y el queso frito que me pedían a mí. Fueron mis maestras en esto del aperitivo.
A mi abuela haciendo “tajás” y dejándolas en papel de cocina para que empapara el aceite sobrante (como si luego no quedara aceite en el tocino). Nunca he vuelto a probar unas mejores, perdón mamá.
El bidé del baño en el que me sentaba yo cuando tocaba “baño”. Esto era un ritual. Cuando mis hermanas o yo nos duchábamos, por la noche, nos avisábamos. Acudíamos las 3 al baño y se hablaba y se reía. Era como quedar con tus amigas después de todo el día, siendo el bar el baño de tu casa, tus hermanas tus amigas, y la cerveza un champú. Era genial ese momento, creo que somos tan hermanas por haber sido tan amigas. En ese baño yo aprendí a hacer pis sola, y luego, a mearme encima de la risa con ellas.
El pelo negro, corto y con gomina de Luisito Gomis, el primer chico que me gustó.
A mi abuela viendo Sálvame en su sillón. A Peluche, nuestra gata, esperándome escondida en las esquinas del pasillo para, al yo pasar, arañarme las piernas o romperme las medias, según en qué estación del año estuviéramos.
A Mari Ángeles, la portera del cole, diciéndole a mi madre que salía del colegio con el lazo igual de bien puesto que cuando entraba, que si es que no jugaba.
Menos mal que luego tenía callos en las manos de subirme a los columpios, por eso, pese a no moverse el lazo, mi madre sabía que sí era una niña feliz.
Cómo he tardado tanto en leer este!!!! Me encanta 😍
Lo más importante: que en los recuerdos que te has guardado te recuerdes feliz y que seas y que sigas siendo.