Nadie acierta a la primera con el malo de la peli. Tú dices en el salón de tu casa con el pecho hinchado que ese va a ser el malo, o que esa va a ser la que lo mató, pero, o eres Agatha Christie y sabes de vueltas y giros de guion locos, o no aciertas a la primera. A la segunda ya igual sí, que hay gente muy lista o con mucha intuición, pero ningún malo se deja ver tan fácil. Porque un malo no es tonto, y un tonto no sabe esconder que lo es.
De muy pequeña, en el cole, tenía miedo a algunas profes. Para mí eran Las Malas. No me daban clase, ni tampoco razones para tenerles miedo. Solo me las cruzaba en el patio mientras hacíamos fila para entrar a clase, o en el recreo si les tocaba vigilar, o lo peor: cuando les tocaba sustituir a mi profe Delfina o a Mayte, que eran todo amor.
Un día llegó la rubia (que creo que era María Jesús, pero no estoy segura) a sustituir a Delfina. Yo pensé que mientras no le mirara directamente y fuera a lo mío, mientras lo mío fuera no llamar su atención, no podría decirme nada. Hasta que se puso delante de mi pupitre. Tenía un bloqueo que ni lloraba, se agachó todo lo que se tiene que agachar una adulta para llegar a la altura de la cabeza de una niña y me dijo “Yo no como niñas. Solo me gustan los bocadillos de jamón y la paella”. Sentí alivio, no porque no fuera a comerme, sino porque ya no tenía que fingir que no me daba miedo. Se fue y enseguida volvió a mi mesa, con un jarrón de cristal vacío con flores talladas, y me dijo que si quería ir al baño y traerlo lleno de agua.
Lo mejor que te podía pasar entonces era ir a poner agua al jarrón de la Virgen. Caminabas por el pasillo mirando de reojo a los demás, sentados, mirando a la pizarra, haciendo sumas sumas, y tú tan feliz abriendo un grifo. A día de hoy, ya no tengo ese miedo y solo pienso que María Jesús no ayudaba mucho a destruir el cliché de la gastronomía española.
Un día llegó la del pelo rojo (que creo que era Maria José, pero no estoy segura) a la fila del pasillo de la clase de música, que ese día funcionaba de set de fotografía. Dentro de la clase, apartaron los instrumentos y pusieron un fondo que hacía de cielo azul con nubes claras. En medio, una silla sin respaldo, y enfrente una cámara y un fotógrafo que no se atrevió a decirme que sonriera. En el pasillo, María José creo, la del pelo rojo seguro, se encargaba de revisar que todas y todos lleváramos bien los uniformes, los lazos de la cabeza, o de esconder las muy posibles manchas que se hacían en el comedor. Los que comíamos en casa apestábamos a Nenuco y los que se quedaban en el cole a comer, a pieles de naranjas.
En cuanto vi llegar a Pelo Rojo me auto-revisé con la espalda pegada a la pared del pasillo, y me decía a mi misma que algo tenía que tener mal. Me veía todo bien. Me miraba otra vez, todo bien. Pero algo tenía que tener mal. Cuando ya me tocaba a mí la revisión me abroché hasta arriba el cuello de la camisa blanca. Fue lo único que se me ocurrió que podía ser que no estuviera bien. Me hacía daño en la nuez que ni sabía que tenía. Pelo Rojo me miró y yo la miré. Me habló: “¿Así estás bien?”. Ni despegué los labios. Asentí y esperé a escuchar mi nombre, para pasar al fondo de cielo falso y que me hicieran mi foto. Ahora, 20 años después, creo que me dijo que si estaba bien. Al final era buena y todo.
En la página 19 de la edición de bolsillo de “Malena es un nombre de tango”, el abuelo, al que Malena le tiene miedo miedísimo, le dice a Malena sobre su prima (a la que Malena tiene miedo a secas por su enfermedad de nombre inglés): “Mírala. Nunca te podrá hacer daño, nunca le hará daño a nadie. Es de los demás de los que hay que tener miedo, Malena, de los que piensan , de los que te dejan adivinar hacia qué lado están mirando. Esos son los que siempre miran en la dirección contraria a la que te imaginas”.
Feliz jawelin grupo, y cuidado con los malos, que nunca son los que lo parecen.
Los malos
Me ha encantado!