Hay que cerrar bien la casa
Mi padre se toma muy en serio lo de de cerrar la casa antes de irnos de vacaciones. Desde pequeña, he seguido las vueltas que mi padre daba por casa y por el garaje, igual que él sigue la vuelta ciclista: expectante. Cómo algo tan cotidiano podía volverse un evento anual. Apagar regletas, cerrar el agua, desenchufar router, teléfonos fijos, lamparillas etc. Bajar las persianas, pero no mucho para que no piensen que no estamos, aunque no estemos, justo por eso. Avisar a la vecina de que nos vamos un mes por si cualquier cosa, revisar maletas, empezar a bajar maletas, primera tanda: ¿quién se baja conmigo?, segunda tanda: ¿subes tú y me dices qué queda?, tercera tanda; Sube y mira a ver cuánto le queda a tu madre. En mis años como hija, he sabido ver que cuando los padres empiezan a enfadarse un poquito, llaman al otro “tu padre” y “tu madre”, nada de “la mamá”, “el papá” ni otras formas de referirse a la pareja que les implique demasiado.
La parte más interesante venía cuando había que meter a Peluche (sí, llamé a mi gata Peluche, era pequeña y me parecía perfecto. Cierro paréntesis) en el transportín. Entonces cerrar la casa era también encerrar a la fiera. Siempre empezábamos poniéndole jamón de pavo fresco dentro del transportín para intentar atraerla hacia dentro, siempre sin suerte. Después de ese intento, tocaba protegerse. La cosa se ponía seria y mi padre se ponía guantes para los arañazos, cerraban las puertas de las habitaciones para que no pudiera escondenserse debajo de las camas, y mientras la casa era una trampa decorada con cuadros y cortinas, Peluche se iba poniendo cada vez más nerviosa mirando los zapatos azules de mi padre. Verlos era soltar un bufido. La gata sabía cuáles eran los zapatos cómodos para conducir para mi padre, y no le gustaba saberlo. Nunca salíamos a la hora que decíamos que íbamos a salir, pero salíamos con la casa bien cerrada.
Yo me ocupaba de lo que me fueran mandado, pero meter más canciones en mi iPod era la tarea que más me preocupaba.
Como buena hija de mi padre, yo también me tomo muy en serio lo de cerrar la casa, así que ayer, antes de cerrarla por unas semanas, fui a las fiestas de La Paloma, pero antes fuimos a ver si estaban ya también las de San Lorenzo, y así cerraba la casa tranquila, que no se me quede la sensación de dejarme algo. Por la mañana me despedí de Germán, el portero del edificio del “antiguo Mono” al que visito siempre de camino al “nuevo Mono” porque los apegos no se van de vacaciones. Me hice las uñas, me miré un ratito al espejo y comprobé que efectivamente este verano no estoy morena. En honor a mi padre, quité dos conjuntos de la maleta, luego estrené un libro quitándole la faja para meterlo en mi bolso, y por último no avisé a ningún vecino de que me iba, justo por la misma razón por la que mi padre lo hacía, y justo antes de cerrar la casa, me dejé la cartera con el DNI y todas las demás cosas importantes dentro.
Ya decía yo que no se me olvidaba nada.
Feliz fin de semana.