Escribo advirtiéndome de que habrá que revisar el texto más veces de lo normal, porque mientras tecleo, mi jarana interior aumenta y muevo la cabeza como la gallina del anuncio de Mercedes. Os describo la situación: música, copa de cerveza en mano, botella de vino enfriándose, y la voz de mi padre resonando en mi cabeza: “pero nena, a ver si te va a sentar mal”. Es la única persona a la que consiento que me llame “nena”. Cuando me llama así, o está muy enfadado o está muy contento. El “nena” no tiene término medio. Pero el que recuerdo ahora es el que me dice entre copas. Y ese nena solo puede tener un tono.
Después de unos pocos preámbulos de los que me gustan a mí, qué le vamos a hacer, vamos a lo que veníamos. Porque aquí hemos venido a bailar. De eso va esta carta. De las ganas de volver a bailar. Ay cómo me arrepiento de las veces que puse el automático en una discoteca. Aunque no puedo arrepentirme de haber tenido flato y agujetas después de un festival. Esos lugares no entienden de puntos muertos. Lo de las discotecas, meh, no me molesta. Pero lo de los festivales es lo que peor llevo. Nivel: el pasado sábado noche con mis amigos viendo after movies de festivales en un sofá y bebiendo vino. Y ya cada uno, que se haga una idea.
Sobre las ganas que tenemos todos por una verbenita que hará historia y en la que no cabrán diminutos, me he propuesto escribir varias veces. De todas ellas sale esta carta.
La primera sentada fue al volver de ver en el cine la peli Explota explota. Mi amiga Marta ya me había dicho que otra cosa no, pero que salías con un alegrón en el cuerpo y unas ganas de bailarte encima que pf. Fui a la última sesión y estaba sola en la sala. Vi la peli. Rafaela Carrá a tope. Yo a tope. Terminó la peli. Salieron los créditos. Sonó la canción de los créditos. Me levanté. Me planté en donde la pantalla. Y sin acordarme de que existían las cámaras de vigilancia, bailé como en las verbenas. Porque ese baile tiene un puntito diferente al de otras fiestas. Que se basa en las mismas ganas de hacer el ridículo que cuando llevas 4 copas, pero sin ellas. Porque si algo tiene de bueno todo esto es que, cuando te viene un chute de felicidad, te sube más que cualquier otro estimulante.
La segunda hace unas semanas, cuando el señor Pedro Sánchez apareció en mi televisión y se puso a decir cosas que a ninguno nos apetecía escuchar. Me pilló con la alegría demasiado alta, así que la caída fue mayor. En resumidas cuentas, lo que venía a decirnos es que no íbamos a poder bailar ni con el burrito sabanero en Navidad. Y ahí ya, cada uno con su proceso y su forma de asimilar las cosas que no quieres asimilar. El mío fue un mal rato compartido (que siempre se hace menos malo) y ya cuando me quedé sola en casa, puse a Rigoberta Bandini y bailé. Después de escuchar que seguíamos a muchas fiestas de poder bailar, lo único que podía hacer era bailar.
Nadie habrá sin ganas de bailar después la conga en cualquier lado,
ya no habrá dudas al creer que de esa fiesta no nos vamos,
ni de ninguna más.
Jamás.
Y la tercera. Después de ver La boda de mi mejor amigo. Una comedia romántica de un año antes de que yo naciera y que va sobre una chica y un chico que, oh vaya, sorpresa: se quieren pero él se va a casar, pero ella nunca le ha dicho que le quiere, pero ve el momento idóneo en el día de su boda, pero entonces es tarde. Pues después de toda la peli, después de que él no se quede con ella, después de que ella sea su testigo, después de dar un discurso bebiendo copas de lágrimas, después del vals de los novios en el que ella no es la novia, y después de haberles regalado la canción con la que ella se enamoró del chico que estaba bailando el vals con otra, se acerca a ella su editor y gran amigo (del que no se puede enamorar porque, oh vaya, sorpresa: es gay). Y mientras ella mira a la gente bailar, más agarrados que con un chotis, el amiguísimo le dice muy seguro y tranquilo: “No habrá matrimonio, no habrá sexo, pero siempre habrá baile”.
Y si en ese momento de su vida de ficción, Julia Roberts salió a la pista de esa carpa a bailar, nosotros podemos salir al salón de nuestra casa a mover el culo como mínimo.
Y si no, que se lo digan a Hugo hace un rato. Que mientras sonaba Alejandro Sanz en la televisión, se ha puesto en su alfombra a dar volteretas y a hacer como que aquello era poco menos que baladas para break dance. Un niño de 2 años no entiende de pandemia ni de restricciones. Ve perfecto cualquier momento (y cualquier canción) para pedirle a su tía el último baile “pofa”. Le da igual lo que pase ahí fuera y le da igual la hora que sea.
Mañana, cuando Hugo se despierte, le diré que anoche solo hicimos una cosa mal. Y no, no era bailar break dance con Alejandro Sanz al altavoz. Le diré que nunca volveremos a bailar el último baile. Porque aquí hemos venido a bailar. Pase lo que pase ahí fuera.
Feliz fin de semana.
Pero QUÉ GANAS DE VERBENA