En la placeta de Santa Ana, Clara y Paco bailan agarrados la canción que suena, que sea la que sea, la bailan muy juntos y a pasitos. Sin cuidado de no pisarse porque tantos años bailando las mismas canciones te ponen el automático.
Antonia regala toda la electricidad de su casa al grupo que se pone a las cuatro de la tarde a tocar para todos mientras ella se mueve al ritmo del abanico desde su puerta, presidiendo toda la plaza, llevando el cargo que no tiene pero todos le hemos dado.
Maria José me grita desde algún sitio que suba a su balcón, que no habrá DJ ni gogo que haya probado mejor plataforma.
Carmen da la orden de que saquen barreños de mojito gratis, que ahora hay que llenarlos de paloma para la noche y aquí no se tira nada. Correr para beber. O beber corriendo. No sé si porque es gratis o porque todos estamos en lo mismo y ya que vamos a una, vamos a todo.
Alguien saca la manguera de un patio de los que da a la plaza, ya se sabe lo que va a pasar. Mi padre mira, asiente, y con esa mirada suya confirmo que va a pasar.
No encuentro las llaves de casa porque ha sido el pasaporte al baño de toda la plaza. “¡La del marco azul!” A ver cómo me cambio ahora, si voy ‘’chorreandico del tó’’. Qué me va a decir mi madre. Nada, sigue en la plaza. Al día siguiente veré fotos de mi madre y mi hermana en medio de la plaza metidas en una piscina en la que solo cabe mi sobrino. Compruebo que no sabemos medir espacios. O que quizá solo medimos bien cuando no lo vemos con tanta lucidez.
José, Andrea, los demás y yo, hacemos la croqueta cuesta abajo hasta llegar a la plaza, que esta noche hay conjunto y ya están ensayando. Más tarde, abrirán con un pasodoble y luego seguirán con 4 más. Habrá empezado la verbena para los de las cifras más altas pero no para los de menor edad, y yo, muevo tímido el pie porque nunca he sabido en qué grupo estoy.
Una verbena. Una tarde y una noche tras otra celebrando que son fiestas, que no es solo una, y que cada uno le venera a la suya.
Una verbena. Tampoco pido tanto. O sí, pero está bien darse cuenta de que lo que parece poco, es mucho.
Feliz fin de semana.
Muchas gracias, Nieves, por hacerme volver a vivir esos ratitos. Cuánta ternura.